“Ahora,
pues, oh Israel, oye los estatutos y decretos que yo os enseño, para que los
ejecutéis, y viváis, y entréis y poseáis la tierra que Jehová el Dios de
vuestros padres os da. No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni
disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios
que yo os ordeno”. Deuteronomio 4:1-2
Si de
algo estamos plenamente convencidos, es que a través de la inspiración de su
Espíritu Santo, Jehová Dios nos entregó por medio su Palabra (contenida en la
escrituras: la Biblia), su voluntad, directrices y propósitos para con nuestra
vida (2da Timoteo 3:16).
Si bien
Dios nos entregó a todos la capacidad de poder analizar y desarrollar nuevos
conocimientos, también nos brindó el conocimiento de la Verdad (Juan 14:6), lo
cual es el conocimiento de su persona, de su carácter y voluntad.
Es
necesario recalcar en este punto, que la única manera que podemos por tanto
acceder a dicho conocimiento de la personalidad de nuestro Creador y Salvador,
es a través de una comunión íntima con Él, comunión que sólo puede ser lograda
a través de dos vías: Su Palabra (Juan 5:39) y la oración (Lucas 11: 1-4; Mateo
6: 5-15).
Si bien
es cierto que en nuestro caminar diario, nuestro Padre ha constituido
ministerios para la edificación de la Iglesia, jamás la íntima comunión con Él
puede ser reemplazada por la instrucción que podamos llegar a recibir de los
encargados de desempeñar los ministerios instituidos por el Espíritu Santo, ya
que finalmente dichos ministerios son ejecutados por hombres falibles, quienes
finalmente pueden hasta cierto punto, manejar los dones que Dios mismo les ha
brindado con discrecionalidad y voluntad (1 Corintios 14:32).
¿A cual
punto finalmente queremos llegar? Debemos ser sumamente cuidadosos de aquellos
que recibimos como interpretación y enseñanza de nuestro Dios, ya que ello debe
pasar siempre por un filtro: Su Palabra. Sé que es un énfasis repetitivo tal
vez, pero sólo podemos estar seguros y ser contendientes de la sana doctrina
(Judas 1:3), si conocemos al creador de dicha doctrina: Nuestro Dios y Salvador.
Tenemos
muchas herramientas que nos pueden ayudar a “comprender” más las Escrituras
(hermenéutica, heurística, exégesis, etc.), pero la relación que podemos
plantar con el Espíritu Santo para realmente mantener nuestra comunión con Él,
es la única y real herramienta que vence cualquier “técnica auxiliar” y nos
introduce en la revelación de Dios (Efesios 1:17), tal como Pablo oraba que
fuera derramada sobre los creyentes.
Debemos
cuidar que nuestras emociones, los extremismos, la costumbre y la religión (sistema cultural de
comportamientos y prácticas, cosmovisiones,
ética y organización social que relaciona la humanidad con
Dios) “amolden” la Palabra de Dios a nuestra “conveniencia” o comodidad, de
allí el mandato dado en Deuteronomio: “No añadiréis a la palabra que yo
os mando, ni disminuiréis de ella”.
Creemos
que los mandatos de Dios son inmutables, por lo cual debemos conocerlos. Jesús
mismo nos enseñó que Él no venía a abrogarlos, sino todo lo contrario, venía a
cumplirlos (Mateo 5:17) para darnos la gracia de la salvación (Efesios 2:8-9)
en su perfecta obra cumplida (Hebreos 4:15).
Jesús dio
su vida por nosotros por amor, y si le amamos debemos guardar sus mandamientos
(Juan 14:15), pero para guardarlos debemos conocerlos. Nuevamente nuestra
invitación es a conocerle, conociendo su voluntad inmutable. No perdamos
tiempo, escudriñemos las Escrituras y oremos día a día sin cesar (1ra
Tesalonicenses 5:17).
Dios les
bendiga.
Douglas
y Dayana García