domingo, 13 de agosto de 2017

Convencido de que su Gracia es suficiente

Primeramente quiero agradecer a cada uno de aquellos que se tomó unos minutos de su tiempo para felicitarme por mi cumpleaños.

Si bien ya hoy han pasado dos días de aquel, el haber llegado a mis 37 años me ha brindado una gran oportunidad de reflexionar y de estar agradecido con mi Dios Todopoderoso por su Amor y su misericordia.

He podido alcanzar sueños y anhelos que tenía desde niño y adolescente, pues he podido tener el privilegio de poder servirle, y dentro de ello, he podido formar junto a mi Amada Dayana, una familia que hoy crece gracias al regalo maravilloso y milagroso que nos brindó, cuyo nombre es: Caleb José.

Si no fuera por su Gracia, hoy estaría con total seguridad olvidado en algún cementerio, o tal vez sería cenizas dispersas en el viento.

Estos 20 años que he vivido después de su sanidad, sin bien no han sido fáciles, han estado cargados de muchísima bendición, pues como dice una frase un tanto cursi muy citada: "Durante ellos he reído y he llorado", pero mi Dios jamás me ha abandonado.

Quería compartir esta reflexión con mis amigos, pues les quiero recordar una vez más una verdad que se me ha sido revelada: Jesús es el único Camino, al Padre. Él es el Rey de Reyes y Señor de Señores, quien decidió por igual salvarnos de nuestros pecados y ser para nosotros el Pan de Vida, y el Agua Viva que puede saciar nuestra hambre y nuestra sed para siempre.

Él se encuentra a la distancia de una oración, si tan sólo podemos creer en Él y decidimos abandonar nuestro pecado (el cual empieza por hacer las cosas como nos parece sin tomar en cuenta Su voluntad), y quiere brindarnos el conocimiento de su Verdad y Vida Eterna.

Estoy plenamente convencido que si hoy decidimos acercarnos a Él, su Gracia, su Misericordia y Amor serán suficiente para nosotros, y sin importar las circunstancias, podremos ver su obra y su victoria en toda situación.


Douglas García.

viernes, 17 de marzo de 2017

Convencidos en que la humillación nos brinda mayor bendición que la misericordia

En estos últimos días hemos tenido el privilegio de poder compartir junto a la Red de Jóvenes de nuestra iglesia, un devocional diario basado en el libro del Evangelio según San Lucas.

El día de hoy particularmente, nos llevó mucho a la reflexión una historia narrada por el evangelista en el capítulo 17, versos del 11 al 19. Esta historia narra como Jesús sana milagrosamente a diez leprosos, los cuales al ver a Jesús “alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!” (Lucas 19:13).

Ellos comprendía que Jesús tenía el poder y la autoridad para sanarles, por lo cual le solicitaron misericordia con el fin de ser sanados de su enfermedad: La lepra. Esta enfermedad implicaba para la época ser discriminado y ser tenido por inmundo, razón por la cual la persona era excluida de la sociedad. ¡Jesús era su esperanza! Ellos lo comprendieron y lo creían verdaderamente, pues siguiendo instrucciones del Maestro, siguieron sus instrucciones y posteriormente recibieron la tan anhelada sanidad (Lucas 19:14).

Sin embargo hay un hecho importante en este relato que se debe resaltar, no porque pase desapercibido, sino porque denota que nuestro Salvador no vino sólo a brindarnos su favor en satisfacer nuestras necesidades o consolarnos ante nuestras penurias, sino que como lo llamo previamente su propósito primo es la salvación de cada uno de nosotros. La salvación de nuestro pecado y la plena reconciliación con Dios para vida eterna (Juan 3:16).

De los diez leprosos sanados sólo uno de ellos volvió a dar gracias, sino también a reconocer el Señorío y la Autoridad de nuestro Rey, un samaritano, de quien nos dice así el evangelista: “Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano” (Lucas 19:15-16).

Jesús reconoció inmediatamente la actitud de ese hombre y debido a su fe, le otorgó el mayor regalo que como seres humanos podemos recibir: “Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado” (Lucas 19:19).

Esto nos llevó a reflexionar en lo siguiente: Creer en Jesús, en su poder y en su autoridad para obrar prodigios y milagros en nuestras vidas es la única y verdadera condición o requisito que necesitamos para poder obtener su favor para permitirle que satisfaga nuestras necesidades, ya que Él lo puede hacer (Mateo 8:13), pero para obtener la salvación se nos pide algo más que creer en que Él es poderoso se nos dice: “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:9-10).

Esto último escrito por el apóstol Pablo, nos muestra lo que se debe generar en nosotros para poder tener la misma actitud y condición el samaritano que fue sanado por Jesús. Él no solo creyó en que Jesús le podía sanar, sino que además de creerlo y recibir su sanidad, volvió para reconocerle públicamente como su Señor, pues se postró a tierra adorándole mostrando además su sumisión ante la señoría del Maestro.

Hoy se nos recuerda y estamos convenidos que se nos indica nuevamente que debemos creer en Jesús como nuestro salvador y confesarle ante el mundo, pues entonces cumpliremos con su voluntad, amándole verdaderamente (Juan 14:15), dándole a conocer ante el mundo y yendo a hacer discípulos del Maestro hasta el último rincón de la Tierra (Mateo 28:19).

Douglas y Dayana García

viernes, 24 de febrero de 2017

Convencidos de estar unánimes juntos

Unánimes juntos

Unánime es un adjetivo que significa: “Que es común a todos los miembros de un grupo de personas y también “Que tiene la misma opinión o el mismo sentimiento sobre algo”.

El libro de los Hechos nos narra en su segundo capítulo un evento trascendental en el inicio y empoderamiento de la Iglesia de la Gran Comisión emanada del Maestro, cuyo motivo se desprende de la venida del Espíritu Santo (Hechos 2:1-4), el cual llenó a los discípulos de su persona y poder.

Esto es un indicativo de un requerimiento indispensable para poder gozar del poder de Dios como Iglesia, y es que en su cuerpo debe haber unanimidad de fe, es decir, unanimidad de certeza y esperanza (Hebreos 11:1)

¿Qué es ser unánime realmente?

Esta palabra es compuesta, ya que deriva de dos palabras más: Uno o Unidad y Ánimo. Unidad significa indivisibilidad, integridad, concreción, amalgamiento. Ánimo se refiere a sentir, decisión, motivación.

El Señor está esperando, o incluso pidiendo y hasta exigiendo de nosotros que como Iglesia tomemos la condición real de cuerpo. Esta condición conlleva a que nuestros intereses personales deben estar supeditados a la obediencia al Señor, quien como dice claramente su Palabra nos redimió (Efesios 1:7). Entendiendo la palabra redención, la misma significa recatar por medio del pago de un precio. Jesús pago por nosotros con su sangre por nuestra salvación.

Creer y aceptar la redención de nuestro Salvador, significa que ya no nos pertenecemos a nosotros mismos (1ra. Corintios 6:19-20), por lo cual nuestra propia mente debe estar sujeta a la mente de Cristo (1 Corintios 2:16)

Podemos estar junto y no estar unánimes. Estar juntos y unánimes es sinónimo de armonía. El Salmista declara lo siguiente: “¡Mirad cuán bueno y delicioso es habitar los hermanos  juntos en armonía! De hecho tiene una consecuencia directa: “allí envía Jehová bendición y vida eterna”. (Salmo 133)

¿Cómo llegar a esa unanimidad?

Es necesario como ya se indicó antes, logar una mente unificada con Cristo, pero para ello necesitamos, urge que tengamos comunión con Él y que le escuchemos continuamente (Juan 10:27)

Necesitamos hacernos dependientes del Espíritu Santo, ya que sin Él es imposible que podamos vencer al pecado en nuestra carne (Romanos 8:1-4), sin Él por igual es imposible  tener el poder de Dios, pero también debemos detenernos a revisar que como Iglesia, para poder recibir la cobertura y unción del Espíritu debemos mantenernos en un mismo sentir y pensar, debemos ser unánimes. Incluso el fruto del Espíritu se manifestará igualmente  en esa unanimidad (Hechos 2:46-47).

¿Cuál será la principal consecuencia?

Estamos convencidos que si nos sujetamos al Espíritu de Dios y buscamos la unanimidad en Él, podremos ver redimida nuestra nación y transformada nuestra tierra (Hechos 2:41)

Dios les bendiga.


Douglas y Dayana García

viernes, 27 de enero de 2017

Convencidos de que Jesús puede hacer nuevas todas las cosas

Un nuevo año ha comenzado, y consigo nos permite hacer un “borrón y cuenta nueva” en muchos aspectos de nuestra vida, brindándonos así la posibilidad de hacer una revisión de nuestras metas y objetivos, sueños y anhelos. Esto nos lleva a crearnos nuevas expectativas, que incluso vendrán acompañadas también de nuevos temores. En fin un nuevo año que trae consigo también, nuevas cosas.

El libro de Apocalipsis en su capítulo 25, verso 5 dice lo siguiente: “Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas”.

Si bien este verso trata sobre la visión que tiene Juan del retorno de nuestro Señor Jesucristo, también nos está revelando una de las cosas que vino a hacer nuestro Salvador en nuestra vida, y de la cual nos recuerda por igual a través de su profeta Isaías (43:19) y el Apóstol Pablo en su carta dirigida a los Romanos (12:2): La renovación de nuestra vida.

El comienzo de un año nos sirve para que podamos meditar y evaluar cuánto estamos permitiendo que Jesús renueve nuestra mente y corazón. Para poder evaluar ello debemos entonces preguntarnos: ¿Cuánto estoy permitiendo que Dios renueve mi vida de día en día?

Para poder responder esta pregunta debemos también preguntarnos: ¿Cuánto tiempo estoy pasando junto a él (oración, lectura de su Palabra, ayuno)?, ¿cuánto tiempo estoy dedicando a practicar sus mandatos (amarle sobre todas las cosas y a mi prójimo como a mí mismo?

Hay un pasaje en el cual su Espíritu Santo me permitió meditar, y en cierta manera, lo he hecho mi versículo bíblico para marcar mis propósitos de este nuevo año, y se encuentra en la carta escrita por Pablo a Los Romanos: “Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos”.

Este nuevo año, esta nueva oportunidad que el Señor nos brinda, debe estar marcada por una vida centrada en Él, comprendiendo que finalmente nuestra vida ya no nos pertenece, sino que le pertenece a quien nos redimió de nuestro pecado a través del precio pagado con su sangre.

Estamos convencidos, que si tenemos como firme propósito continuar rindiendo nuestra vida ante nuestro Rey, y permitiendo que su Espíritu Santo continúe obrando en nosotros según su suprema voluntad, podremos maravillarnos aún más de la nueva creación que el continuará haciendo en nosotros.

Douglas y Dayana García

27/01/2017