Un nuevo año ha comenzado, y consigo nos
permite hacer un “borrón y cuenta nueva” en muchos aspectos de nuestra vida,
brindándonos así la posibilidad de hacer una revisión de nuestras metas y
objetivos, sueños y anhelos. Esto nos lleva a crearnos nuevas expectativas, que
incluso vendrán acompañadas también de nuevos temores. En fin un nuevo año que
trae consigo también, nuevas cosas.
El libro de Apocalipsis en su capítulo 25,
verso 5 dice lo siguiente: “Y el que
estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me
dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas”.
Si bien este verso trata sobre la visión que
tiene Juan del retorno de nuestro Señor Jesucristo, también nos está revelando
una de las cosas que vino a hacer nuestro Salvador en nuestra vida, y de la cual
nos recuerda por igual a través de su profeta Isaías (43:19) y el Apóstol Pablo
en su carta dirigida a los Romanos (12:2): La renovación de nuestra vida.
El comienzo de un año nos sirve para que
podamos meditar y evaluar cuánto estamos permitiendo que Jesús renueve nuestra
mente y corazón. Para poder evaluar ello debemos entonces preguntarnos: ¿Cuánto
estoy permitiendo que Dios renueve mi vida de día en día?
Para poder responder esta pregunta debemos
también preguntarnos: ¿Cuánto tiempo estoy pasando junto a él (oración, lectura
de su Palabra, ayuno)?, ¿cuánto tiempo estoy dedicando a practicar sus mandatos
(amarle sobre todas las cosas y a mi prójimo como a mí mismo?
Hay un pasaje en el cual su Espíritu Santo me
permitió meditar, y en cierta manera, lo he hecho mi versículo bíblico para
marcar mis propósitos de este nuevo año, y se encuentra en la carta escrita por
Pablo a Los Romanos: “Porque ninguno de
nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor
vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que
muramos, del Señor somos”.
Este nuevo año, esta nueva oportunidad que el
Señor nos brinda, debe estar marcada por una vida centrada en Él, comprendiendo
que finalmente nuestra vida ya no nos pertenece, sino que le pertenece a quien
nos redimió de nuestro pecado a través del precio pagado con su sangre.
Estamos convencidos, que si tenemos como firme
propósito continuar rindiendo nuestra vida ante nuestro Rey, y permitiendo que
su Espíritu Santo continúe obrando en nosotros según su suprema voluntad,
podremos maravillarnos aún más de la nueva creación que el continuará haciendo
en nosotros.
Douglas
y Dayana García
27/01/2017