En estos
últimos días hemos tenido el privilegio de poder compartir junto a la Red de
Jóvenes de nuestra iglesia, un devocional diario basado en el libro del
Evangelio según San Lucas.
El día de hoy particularmente, nos llevó mucho a la reflexión una historia narrada por el evangelista en el capítulo 17, versos del 11 al 19. Esta historia narra como Jesús sana milagrosamente a diez leprosos, los cuales al ver a Jesús “alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!” (Lucas 19:13).
Ellos comprendía que Jesús tenía el poder y la autoridad para sanarles, por lo cual le solicitaron misericordia con el fin de ser sanados de su enfermedad: La lepra. Esta enfermedad implicaba para la época ser discriminado y ser tenido por inmundo, razón por la cual la persona era excluida de la sociedad. ¡Jesús era su esperanza! Ellos lo comprendieron y lo creían verdaderamente, pues siguiendo instrucciones del Maestro, siguieron sus instrucciones y posteriormente recibieron la tan anhelada sanidad (Lucas 19:14).
Sin embargo hay un hecho importante en este relato que se debe resaltar, no porque pase desapercibido, sino porque denota que nuestro Salvador no vino sólo a brindarnos su favor en satisfacer nuestras necesidades o consolarnos ante nuestras penurias, sino que como lo llamo previamente su propósito primo es la salvación de cada uno de nosotros. La salvación de nuestro pecado y la plena reconciliación con Dios para vida eterna (Juan 3:16).
De los diez leprosos sanados sólo uno de ellos volvió a dar
gracias, sino también a reconocer el Señorío y la Autoridad de nuestro Rey, un
samaritano, de quien nos dice así el evangelista: “Entonces uno de ellos,
viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se
postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano” (Lucas
19:15-16).
Jesús reconoció inmediatamente la actitud de ese hombre y debido a su fe, le otorgó el mayor regalo que como seres humanos podemos recibir: “Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado” (Lucas 19:19).
Esto nos llevó a reflexionar en lo siguiente: Creer en Jesús, en su poder y en su autoridad para obrar prodigios y milagros en nuestras vidas es la única y verdadera condición o requisito que necesitamos para poder obtener su favor para permitirle que satisfaga nuestras necesidades, ya que Él lo puede hacer (Mateo 8:13), pero para obtener la salvación se nos pide algo más que creer en que Él es poderoso se nos dice: “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:9-10).
Esto último escrito por el apóstol Pablo, nos muestra lo que se debe generar en nosotros para poder tener la misma actitud y condición el samaritano que fue sanado por Jesús. Él no solo creyó en que Jesús le podía sanar, sino que además de creerlo y recibir su sanidad, volvió para reconocerle públicamente como su Señor, pues se postró a tierra adorándole mostrando además su sumisión ante la señoría del Maestro.
Hoy se nos recuerda y estamos convenidos que se nos indica nuevamente que debemos creer en Jesús como nuestro salvador y confesarle ante el mundo, pues entonces cumpliremos con su voluntad, amándole verdaderamente (Juan 14:15), dándole a conocer ante el mundo y yendo a hacer discípulos del Maestro hasta el último rincón de la Tierra (Mateo 28:19).
Douglas y Dayana García