“pero al principio de la creación, varón y
hembra los hizo Dios. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se
unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne (Génesis 2:24); así que no son ya más dos, sino uno. Por
tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.”. (Marcos 10:6-8).
Hay algo que
siempre me llamó la atención de esta Palabra de nuestro Señor citando al libro
de Génesis, pues haciendo referencia al matrimonio hacía una cita textual: “y los dos serán una sola carne”. ¿Por
qué me llamó tanto la atención? Por la alegoría que empleaba el Señor. Para mí
significa que realmente Dios le da al matrimonio tal significado e importancia,
que el mismo implica que dos personalidades pasan de ser dos individualidades a
una única nueva.
¿Cómo es esto
posible? Tal cómo lo dice nuestro Salvador al final de la cita mencionada “no son más dos, sino uno”. Pero, ¿cómo
puede esto lograrse? A mí entender nuestro Señor nos estaba dando un adelanto
de la única manera que podía “concretarse” la salvación de la humanidad en caso
de que el pecado entrase a ella (tal cómo pasó): La muerte de cada
individualidad para comenzar a vivir el uno para el otro.
Otro aspecto que
me llama muchísimo la atención de ello es que recibí la enseñanza de parte de
mis pastores acerca de que el matrimonio no era un mero “contrato” entre dos
personas, sino que implicaba un “pacto” tal como lo indica el libro de
Malaquías 2 en su verso 14: “Mas diréis:
¿Por qué? Porque Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud,
contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu
pacto”. Lo resaltante del pacto, es que tal cómo la Palabra de Dios lo
indica es para toda la vida (Gálatas 3:15).
¿Mas por qué
todo este énfasis? Pues en estas últimas semanas Dios me permitió experimentar
una prueba muy dura para mí. Dicha prueba ha consistido en “recordar” una
afección de la cual fui sanado milagrosamente por la sangre derramada por el
Cordero de Dios en la cruz del Calvario, tal como lo indica el libro de Isaías
en su capítulo 53, versos 4 y 5. En mi caso: Tuberculosis Meníngea con secuela
de Hidrocefalia. Dicho recuerdo implicó una convulsión derivada de una
“cicatriz” de mi enfermedad.
No obstante en
todo este proceso complejo (donde espero nuevamente ver la Gloria de Dios
manifestarse en mi vida), ha sido el apoyo de mi familia y especialmente el de
mi esposa (con oraciones, consejos, reprimendas inclusive) en lo afectivo y
espiritual lo que me ha permitido mantenerme centrado en mi esperanza, la cual
es en Cristo Jesús.
Esto trajo a mi memoria un pasaje que
mis amigos Daniel y María Alejandra nos citaban mucho en el curso prematrimonial:
“Mejores son dos que uno; porque tienen
mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero;
pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante. También
si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno
solo? Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres
dobleces no se rompe pronto” Eclesiastés 4: 9-12.
Estoy convencido que nuestro Padre
concibió el matrimonio cómo una unión perfecta, donde siendo Él el complemento
de la unión (tercer doblés del cordón), podemos obtener la fortaleza necesaria
para afrontar las múltiples dificultades que esta vida nos pueda colocar por
delante. Creo que por ello también el predicador decía “pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante”.
El matrimonio hoy es atacado de forma
sistemática y continua por nuestra actual sociedad, pero me pregunto: ¿Cuál ha
sido el fruto de tan indiscriminado ataque? ¿Ha mejorado o ha empeorado nuestra
sociedad? ¿Se equivocó Dios o es tiempo de reconocer que nos hemos equivocado
nosotros?
Creo que el mayor problema, es que nos
encontramos en una permanente búsqueda de una unión que nos haga felices, pero
jamás pensamos en la unión en la cual podemos hacer feliz a otro. Hay unas
palabras que siempre dice mi pastor José Bencomo cuando oficia un matrimonio,
las cuales de hecho cuando escuché por primera vez en cierta manera me
marcaron: Ya no te perteneces a ti, ahora le perteneces a ella (dirigiéndose al
novio); ya no te perteneces a ti, ahora le perteneces a él (dirigiéndose a la
novia). Esto en clara referencia a 1ra. Corintios 7: 4: “La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni
tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer”.
Estoy convencido
que el Señor desea restaurar plenamente a su Iglesia en todo sentido, y el
matrimonio forma parte de ello. Permitamos que nuestro Salvador tome pleno
control de nuestro hogar en todo, comenzando por nuestra unión conyugal,
permitiendo que su gracia y su bendición continúen derramándose sobre nosotros,
nuestros hijos y nuestras generaciones.
16/06/2016