jueves, 16 de junio de 2016

Convencidos del perfecto plan de Dios contenido en el Pacto del Matrimonio.

pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne (Génesis 2:24); así que no son ya más dos, sino uno. Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.”. (Marcos 10:6-8).
Hay algo que siempre me llamó la atención de esta Palabra de nuestro Señor citando al libro de Génesis, pues haciendo referencia al matrimonio hacía una cita textual: “y los dos serán una sola carne”. ¿Por qué me llamó tanto la atención? Por la alegoría que empleaba el Señor. Para mí significa que realmente Dios le da al matrimonio tal significado e importancia, que el mismo implica que dos personalidades pasan de ser dos individualidades a una única nueva.
¿Cómo es esto posible? Tal cómo lo dice nuestro Salvador al final de la cita mencionada “no son más dos, sino uno”. Pero, ¿cómo puede esto lograrse? A mí entender nuestro Señor nos estaba dando un adelanto de la única manera que podía “concretarse” la salvación de la humanidad en caso de que el pecado entrase a ella (tal cómo pasó): La muerte de cada individualidad para comenzar a vivir el uno para el otro.
Otro aspecto que me llama muchísimo la atención de ello es que recibí la enseñanza de parte de mis pastores acerca de que el matrimonio no era un mero “contrato” entre dos personas, sino que implicaba un “pacto” tal como lo indica el libro de Malaquías 2 en su verso 14: “Mas diréis: ¿Por qué? Porque Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto”. Lo resaltante del pacto, es que tal cómo la Palabra de Dios lo indica es para toda la vida (Gálatas 3:15).
¿Mas por qué todo este énfasis? Pues en estas últimas semanas Dios me permitió experimentar una prueba muy dura para mí. Dicha prueba ha consistido en “recordar” una afección de la cual fui sanado milagrosamente por la sangre derramada por el Cordero de Dios en la cruz del Calvario, tal como lo indica el libro de Isaías en su capítulo 53, versos 4 y 5. En mi caso: Tuberculosis Meníngea con secuela de Hidrocefalia. Dicho recuerdo implicó una convulsión derivada de una “cicatriz” de mi enfermedad.
No obstante en todo este proceso complejo (donde espero nuevamente ver la Gloria de Dios manifestarse en mi vida), ha sido el apoyo de mi familia y especialmente el de mi esposa (con oraciones, consejos, reprimendas inclusive) en lo afectivo y espiritual lo que me ha permitido mantenerme centrado en mi esperanza, la cual es en Cristo Jesús.
Esto trajo a mi memoria un pasaje que mis amigos Daniel y María Alejandra nos citaban mucho en el curso prematrimonial: “Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante. También si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto” Eclesiastés 4: 9-12.
Estoy convencido que nuestro Padre concibió el matrimonio cómo una unión perfecta, donde siendo Él el complemento de la unión (tercer doblés del cordón), podemos obtener la fortaleza necesaria para afrontar las múltiples dificultades que esta vida nos pueda colocar por delante. Creo que por ello también el predicador decía “pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante”.
El matrimonio hoy es atacado de forma sistemática y continua por nuestra actual sociedad, pero me pregunto: ¿Cuál ha sido el fruto de tan indiscriminado ataque? ¿Ha mejorado o ha empeorado nuestra sociedad? ¿Se equivocó Dios o es tiempo de reconocer que nos hemos equivocado nosotros?
Creo que el mayor problema, es que nos encontramos en una permanente búsqueda de una unión que nos haga felices, pero jamás pensamos en la unión en la cual podemos hacer feliz a otro. Hay unas palabras que siempre dice mi pastor José Bencomo cuando oficia un matrimonio, las cuales de hecho cuando escuché por primera vez en cierta manera me marcaron: Ya no te perteneces a ti, ahora le perteneces a ella (dirigiéndose al novio); ya no te perteneces a ti, ahora le perteneces a él (dirigiéndose a la novia). Esto en clara referencia a 1ra. Corintios 7: 4: “La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer”.
Estoy convencido que el Señor desea restaurar plenamente a su Iglesia en todo sentido, y el matrimonio forma parte de ello. Permitamos que nuestro Salvador tome pleno control de nuestro hogar en todo, comenzando por nuestra unión conyugal, permitiendo que su gracia y su bendición continúen derramándose sobre nosotros, nuestros hijos y nuestras generaciones.

Douglas García
16/06/2016

viernes, 3 de junio de 2016

Convencidos el Poder Sanador de Cristo

Hace ya dieciocho años, padecí junto a mi familia una terrible enfermedad, la cual estuvo a punto de consumir mi vida por completo: Tuberculosis Meníngea en grado crónico.

Para quienes no la conocen, esta enfermedad deriva de la incubación del virus de la tuberculosis en la membrana meníngea, la cual es la encargada de cubrir y proteger al cerebro y la médula espinal (el sistema nervioso en general), cuyos pronósticos son bastante reservados.

A pesar de lo anterior, pude experimentar en mi cuerpo el poder sanador de nuestro Señor Jesucristo, el cual alcanzó en la cruz por nosotros (1ra Pedro 2:24: “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados”.), pudiendo hoy estar en pie gozando de la vida que Jesús me ha brindado.

¿Porque escribir esto hoy? Pues hace unos días (el 23 de mayo para ser exactos), sufrí una crisis convulsiva “producto de una cicatriz” que dejó en mi cerebro dicha enfermedad.

Por un momento me pregunté: ¿por qué? Ya que como indiqué anteriormente, estoy plenamente convencido de mi sanidad. No obstante ello me ha hecho reflexionar en varios puntos, los cuales son los que me han motivado a escribir estas líneas e intentar compartir contigo amigo(a) lector(a), lo siguiente: Si Jesús ha hecho algo maravilloso en ti. Por favor: ¡no dudes en compartirlo!, y eso es precisamente a lo que me quiero avocar.

No tengo una respuesta de mi Salvador sobre lo ocurrido, pero si tengo una certeza: ¡Estoy sano! Aun cuando he tenido varias dificultades, hoy tengo la dicha de encontrarme formando un hogar junto a mi esposa y a mi bello hijo Caleb (quien apenas tiene dos meses de nacido y es hermoso), y nada de esto por la lógica estaba previsto, pues para “la ciencia” ya debería estar de retorno en el polvo de la tierra. He alcanzado metas y otras aún están por ser alcanzadas, pero no me rindo, pues mi Salvador me ha asegurado lo siguiente: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis”. (Jeremías 29:11).

Lo que quiero transmitirte no se trata de “confesiones positivas” o de “palabras mágicas” para usar, te quiero transmitir las palabras del Maestro que usó con Marta, la hermana de Lázaro antes de su resurrección, y son las siguientes: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” (Juan 11:40). Se trata de creer y esperar en que nuestro Señor Jesús obrará en toda circunstancia de nuestra vida, pues ya no nos pertenecemos a nosotros mismos, le pertenecemos a Él (1 Corintios 6:19-20).

Hoy quiero creer que estas palabras que estoy escribiendo servirán de fortaleza y ánimo para alguien quien las está necesitando, y a ese alguien le reitero: ¡Cree! Para el cristiano sólo vale una cosa: Creer.

Nuestro Señor alcanzó la victoria que necesitábamos en la cruz, no necesitamos más nada, así que si te encuentras en un momento apremiante, difícil y de lucha, te insto a que creas a la victoria que Jesús alcanzó por ti en la cruz y confíes en que Él hará (Salmo 37:5), pues Él no cambia (Malaquías 3:6).

Estoy convencido el poder sanador y libertador de nuestro Señor Jesucristo, y si crees lo podrás vivir también en tu vida.

Douglas García
03/06/2016

viernes, 20 de mayo de 2016

Convencidos de la Inmutable Palabra de Dios

“Ahora, pues, oh Israel, oye los estatutos y decretos que yo os enseño, para que los ejecutéis, y viváis, y entréis y poseáis la tierra que Jehová el Dios de vuestros padres os da. No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno. Deuteronomio 4:1-2

Si de algo estamos plenamente convencidos, es que a través de la inspiración de su Espíritu Santo, Jehová Dios nos entregó por medio su Palabra (contenida en la escrituras: la Biblia), su voluntad, directrices y propósitos para con nuestra vida (2da Timoteo 3:16).

Si bien Dios nos entregó a todos la capacidad de poder analizar y desarrollar nuevos conocimientos, también nos brindó el conocimiento de la Verdad (Juan 14:6), lo cual es el conocimiento de su persona, de su carácter y voluntad.

Es necesario recalcar en este punto, que la única manera que podemos por tanto acceder a dicho conocimiento de la personalidad de nuestro Creador y Salvador, es a través de una comunión íntima con Él, comunión que sólo puede ser lograda a través de dos vías: Su Palabra (Juan 5:39) y la oración (Lucas 11: 1-4; Mateo 6: 5-15).

Si bien es cierto que en nuestro caminar diario, nuestro Padre ha constituido ministerios para la edificación de la Iglesia, jamás la íntima comunión con Él puede ser reemplazada por la instrucción que podamos llegar a recibir de los encargados de desempeñar los ministerios instituidos por el Espíritu Santo, ya que finalmente dichos ministerios son ejecutados por hombres falibles, quienes finalmente pueden hasta cierto punto, manejar los dones que Dios mismo les ha brindado con discrecionalidad y voluntad (1 Corintios 14:32).

¿A cual punto finalmente queremos llegar? Debemos ser sumamente cuidadosos de aquellos que recibimos como interpretación y enseñanza de nuestro Dios, ya que ello debe pasar siempre por un filtro: Su Palabra. Sé que es un énfasis repetitivo tal vez, pero sólo podemos estar seguros y ser contendientes de la sana doctrina (Judas 1:3), si conocemos al creador de dicha doctrina: Nuestro Dios y Salvador.

Tenemos muchas herramientas que nos pueden ayudar a “comprender” más las Escrituras (hermenéutica, heurística, exégesis, etc.), pero la relación que podemos plantar con el Espíritu Santo para realmente mantener nuestra comunión con Él, es la única y real herramienta que vence cualquier “técnica auxiliar” y nos introduce en la revelación de Dios (Efesios 1:17), tal como Pablo oraba que fuera derramada sobre los creyentes.
Debemos cuidar que nuestras emociones, los extremismos, la costumbre y la religión (sistema cultural de comportamientos y prácticascosmovisiones, ética y organización social que relaciona la humanidad con Dios) “amolden” la Palabra de Dios a nuestra “conveniencia” o comodidad, de allí el mandato dado en Deuteronomio: “No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella.

Creemos que los mandatos de Dios son inmutables, por lo cual debemos conocerlos. Jesús mismo nos enseñó que Él no venía a abrogarlos, sino todo lo contrario, venía a cumplirlos (Mateo 5:17) para darnos la gracia de la salvación (Efesios 2:8-9) en su perfecta obra cumplida (Hebreos 4:15).

Jesús dio su vida por nosotros por amor, y si le amamos debemos guardar sus mandamientos (Juan 14:15), pero para guardarlos debemos conocerlos. Nuevamente nuestra invitación es a conocerle, conociendo su voluntad inmutable. No perdamos tiempo, escudriñemos las Escrituras y oremos día a día sin cesar (1ra Tesalonicenses 5:17).

Dios les bendiga.

Douglas y Dayana García