Hace ya
dieciocho años, padecí junto a mi familia una terrible enfermedad, la cual
estuvo a punto de consumir mi vida por completo: Tuberculosis Meníngea en grado
crónico.
Para
quienes no la conocen, esta enfermedad deriva de la incubación del virus de la
tuberculosis en la membrana meníngea, la cual es la encargada de cubrir y
proteger al cerebro y la médula espinal (el sistema nervioso en general), cuyos
pronósticos son bastante reservados.
A pesar
de lo anterior, pude experimentar en mi cuerpo el poder sanador de nuestro
Señor Jesucristo, el cual alcanzó en la cruz por nosotros (1ra Pedro 2:24: “quien
llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que
nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya
herida fuisteis sanados”.), pudiendo hoy estar en pie gozando de la vida
que Jesús me ha brindado.
¿Porque
escribir esto hoy? Pues hace unos días (el 23 de mayo para ser exactos), sufrí
una crisis convulsiva “producto de una cicatriz” que dejó en mi cerebro dicha
enfermedad.
Por un
momento me pregunté: ¿por qué? Ya que como indiqué anteriormente, estoy
plenamente convencido de mi sanidad. No obstante ello me ha hecho reflexionar
en varios puntos, los cuales son los que me han motivado a escribir estas
líneas e intentar compartir contigo amigo(a) lector(a), lo siguiente: Si Jesús
ha hecho algo maravilloso en ti. Por favor: ¡no dudes en compartirlo!, y eso es
precisamente a lo que me quiero avocar.
No tengo
una respuesta de mi Salvador sobre lo ocurrido, pero si tengo una certeza:
¡Estoy sano! Aun cuando he tenido varias dificultades, hoy tengo la dicha de
encontrarme formando un hogar junto a mi esposa y a mi bello hijo Caleb (quien
apenas tiene dos meses de nacido y es hermoso), y nada de esto por la lógica
estaba previsto, pues para “la ciencia” ya debería estar de retorno en el polvo
de la tierra. He alcanzado metas y otras aún están por ser alcanzadas, pero no
me rindo, pues mi Salvador me ha asegurado lo siguiente: “Porque yo sé los
pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y
no de mal, para daros el fin que esperáis”. (Jeremías 29:11).
Lo que
quiero transmitirte no se trata de “confesiones positivas” o de “palabras
mágicas” para usar, te quiero transmitir las palabras del Maestro que usó con
Marta, la hermana de Lázaro antes de su resurrección, y son las siguientes: “¿No
te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” (Juan 11:40). Se trata
de creer y esperar en que nuestro Señor Jesús obrará en toda circunstancia de
nuestra vida, pues ya no nos pertenecemos a nosotros mismos, le pertenecemos a
Él (1 Corintios 6:19-20).
Hoy
quiero creer que estas palabras que estoy escribiendo servirán de fortaleza y
ánimo para alguien quien las está necesitando, y a ese alguien le reitero:
¡Cree! Para el cristiano sólo vale una cosa: Creer.
Nuestro
Señor alcanzó la victoria que necesitábamos en la cruz, no necesitamos más
nada, así que si te encuentras en un momento apremiante, difícil y de lucha, te
insto a que creas a la victoria que Jesús alcanzó por ti en la cruz y confíes
en que Él hará (Salmo 37:5), pues Él no cambia (Malaquías 3:6).
Estoy
convencido el poder sanador y libertador de nuestro Señor Jesucristo, y si
crees lo podrás vivir también en tu vida.
Douglas
García
03/06/2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario